domingo, 30 de noviembre de 2014

Que sigo torturando a mi cabeza por tu piel.

Eras como un millón de tarjetas de felicitación, como las tardes de otoño, como los viernes por la noche. Eras los "buenos días" que despertaron en tu cama, tus ojos bonitos, los lunares que me aprendí, los besos que guardé. Y de tanto dar, y de tanto querer darte, me quedé sin nada. Por no saber poner límite, por dejarme en caída libre. Y lo peor, que no me arrepiento. Que volvería a caer solo por volver a sentirte, tan dentro que llegaste, tan hondo que calas. Que no quiero a nadie si no eres tú. Y me quiero y me odio porque te quiero y te odio. Porque quiero verte desaparecer y quiero que vuelvas para quedarte. Para quedarme yo. Para no perderme nunca más si no va a ser entre tus sábanas. Tan lejos y tan cerca que muero por verte y por quitarte de mi cabeza. Que sí, que te prefiero en mi almohada. Y que ojalá, dejarme la marca de tus uñas y no los estigmas de las balas. Ojalá seguir queriéndote tanto que duela. Porque no va a volver a doler así por nadie. Porque no me vuelvo a dar entera. Porque no lo estoy. Y así, por fascículos, regalándome a cualquiera que sepa y no le importe saber que por la mañana no estaré, recordaré que yo te abrazaba cuando te quedabas dormida sin que te dieras cuenta. Y que sin darte cuenta ahora te sueño y cuando despierto no estás. Y la realidad ya no me sostiene. A la realidad ya no la aguanto. Y quema y rasga la piel... Y este invierno es frío. Y esta no soy yo. 
Pero tú sigues tan bonita como siempre.